Por Pedro Taveras (pjtaveras@hotmail.com)
Cuando la clase media, en todos sus niveles, no tiene una educación política y vocacional (técnica profesional) en función de servir a una sociedad determinada, con conocimientos de normas, leyes y reglas de juego establecidas; o una formación en función de los cambios radicales, como son las ideas revolucionarias, esta clase media es capaz de convertirse en PANDEMONIUM.
Decía el profesor Amiro Cordero Saleta, un antiguo dirigente del PLD de quien jamás volví a saber, ante los trabajadores de una pequeña fábrica de cigarros en Moca, en los años setenta, que la clase media cuando no tenía conciencia política terminaba destruyendo su propia obra. Mientras hablaba Amiro acostumbraba a fumarse un largo cigarro que parecía hecho a propósito por los trabajadores artesanales, para que el profesor permaneciera más tiempo contando historias: enderezando entuertos y conceptos o compartiendo las interpretaciones hechas por los muchachos de provincia sobre las ideas sociopolíticas de don Juan Bosch, el maestro de todos.
Fue a mediados de la década del 1970 cuando se formaron y fortalecieron los primeros organismos del Partido de la Liberación Dominicana en Moca, partido que, en su origen local en este municipio, había establecido su base social entre tabaqueros, zapateros y estudiantes, fundamentalmente.
Se refería Amiro a esa formación política a la que tanta atención prestó don Juan, para la creación de su obra política.
Esa pequeña burguesía, nombre que recibe la clase media según las categorías del materialismo histórico, no es una clase fundamental dentro de la sociedad burguesa o capitalista, sino que es un sector de clase, ubicado entre la clase obrera fabril y del campo y la burguesía o los dueños de los medios de producción; de ahí las grandes confusiones con la burguesía o cuando no con los obreros propiamente dicho.
Esa pequeña burguesía criolla fue descrita y analizada magistralmente por el profesor Juan Bosch, quien elaboró tesis muy interesantes sobre este sector que, a decir del maestro de la política dominicana, ha sido “determinante en la historia de nuestro país”. Sus trabajos sobre el tema trascienden los análisis de quienes se le opusieron en las discusiones teoréticas en la nación dominicana.
Sin dejar de ver el lugar que los individuos ocupan dentro de la relación de producción, haciendo honor a su asunción sistémica de análisis, Bosch nos presentó este sector en los aspectos cualitativos (las subculturas social, política y económica) sin caer en ficción, siguiendo una lógica dialéctica que lo lleva a la consecución de los fines que todos conocemos: la organicidad del sector con dos grandes partidos (PRD y PLD) y su riqueza política; que, a pesar de los errores y fracasos, radica en la predisposición que tienen las diversas capas de la pequeña burguesía de lanzarse a los cambios que requiere la sociedad.
Descompuso a ese sector en cinco niveles: la capa alta, la media y la baja; y a la baja la subdividió en pobre y muy pobre.
Se es pequeño burgués de acuerdo al lugar que ocupa el individuo dentro de las relaciones de producción, y por su nivel de ingresos se puede calificar de alto, medio bajo, bajo pobre o bajo muy pobre; no por la apariencia de la gente. Esos últimos son los microempresarios, que están por dondequiera: en el semáforo vendiendo algunas docenas de aguacates, perros, carteras y tarjetas de llamadas prepagadas o prestando los múltiples servicios del diario vivir en el medio dominicano; es el dueño de un pequeño taller, fábrica y en países como el nuestro; es el “capitalismo de a centavos”, como decía alguien describiendo nuestra economía informal.
Recientemente se publicó el resultado de una encuesta donde se dice que el 55% de la ocupación está en el sector informal de la economía, caldo de cultivo de esa pequeña burguesía.
El comportamiento de ese sector social es lo que explica nuestro comportamiento como nación. Nuestros aciertos y desaciertos forman parte de una cultura política, económica y social manifiestas en nuestro quehacer dominicano.
ASPECTOS HISTÓRICOS
“Para conocer verdaderamente la historia dominicana –escribió don Juan décadas atrás- hay que conocer la historia de la pequeña burguesía nacional, que empezó a formarse hace más de doscientos años y empezó a desarrollarse hace unos ciento setenta años, pero pasó a ser importante, hablando en el sentido político, después que llegaron a nuestro país los haitianos -y exhorta: antes de entrar a estudiar la burguesía dominicana tenemos que estudiar nuestra pequeña burguesía y de nuestra pequeña burguesía hay mucho que hablar, pues su existencia ha sido determinante en la historia de nuestro país.” (Sobre la formación de la Burguesía. El PLD colección de Estudios Sociales. Segunda Edición. Editora Corripio, Santo Domingo, 1992, Pág. 206 ).
Juan Bosch rastreó el estudio de la pequeña burguesía dominicana desde lo más profundo de nuestros orígenes como nación. Los que conocieron a don Juan saben que el tema lo tomó muy en serio y lo mortificó hasta el último día de su vida productiva, porque lejos de satanizar a la pequeña burguesía en todos sus niveles, como muchos nos han hecho creer, encontró en ella los aspectos etnográficos de la sociedad dominicana, aportando con esto a la formación de nuestra incipiente etnohistoria.
Mientras don Juan daba cátedras de etnohistoria con sus análisis de la composición social dominicana, otros gastaban sus energías descomponiendo clases que realmente no existieron como tales, desde el punto de vista histórico y que solo eran conocidas por la formación libresca de la intelectualidad adversaria, sin restarle mérito a tanta gente buena que estuvo confundida, aun anhelando los mimos ideales de construir una república como la soñaron nuestros patricios.
De las elucubraciones de esos estudiosos salió la concepción “claseobrerizadora” del proceso social dominicano, orientando el sentido de la lucha hacia la proletarización de la sociedad vista, la proletarización, como un todo, construyéndose castillos en el aire y muriendo en los intentos de construir una cultura del cambio en y de la clase media; y, lo más penoso, muriendo física y políticamente una generación de dominicanos y dominicanas con suficientes condiciones para producir en este país las grandes transformaciones. De esto se ha hablado mucho y parece que necesita seguir hablándose, pues lo que pasa en el país y en América le da la razón al autor de la Crisis de la Democracia en América Latina.
“EL QUE NO ESTUDIA NO TIENE DERECHO A LA PALABRA”
Bosch, como etnohistoriador, estudió la realidad dominicana y vivió esa realidad desde la posición en que se encontró. Vivió tanto su objeto de estudio que no se le escapaba ningún detalle del comportamiento del dominicano, en especial de ese sector de clase llamado pequeña burguesía.
La observación la hacía donde estuviera, cualquier lugar era propicio para levantar informaciones de campo: la casa del amigo, las visitas al interior, las reuniones sociales y políticas, sus propios partidos, eran materia prima para sus inferencias. Sí, en cualquier lugar prestaba atención al comportamiento de la gente, también en cualquier lugar hacía estudio de gabinete: revisaba revistas, periódicos y libros de manera sempiterna, no desperdiciaba nada, leía desde las notas luctuosas, poniendo énfasis en los apodos de los fallecidos, hasta los anuncios clasificados y todos los íconos. La semiótica dominicana lo llevó a ser un maestro del realismo social en literatura.
Nos enseñó que el comportamiento de la pequeña burguesía es complejo; en sus aspiraciones la encontramos de mano con el frente oligárquico: anexionistas, conservadores, militares y el clero; también en la acera del frente combatiéndolo: independentistas, liberales, humanistas, artistas, comunistas, demócratas, son los coqueros, fritureros, motoconchistas, sirvientas, dueños de ventorrillos, empleados públicos y privados, educadores, etc., la mayoría bajos pequeño burgueses pobres y muy pobres que, como dijera Marx, viven en el seno de las contradicciones.
Ese pequeño burgués, en todas sus capas, incluyendo a los bajos pobres y muy pobres, tiene el cerebro de un capitalista; tiene las aspiraciones capitalistas, pero no tiene la sustancia económica para satisfacerlas; el sentido de su vida puesto hacia lo burgués, aunque carezca de la formación ética y técnica del burgués. Por otro lado, su cuerpo (las condiciones materiales de existencia) son las de todo lo contrario, son las de un ente que apenas puede mantenerse parado, de mal vivir de acuerdo a los parámetros establecidos por la sociedad burguesa. He ahí el porqué vive en el seno de las contradicciones.
“Vivir en el seno de las contradicciones” es cuando la gente se maneja con paradigmas de la “sociedad mayor” que no corresponden a las condiciones materiales de su existencia, lo que ha llevado a muchos de esos sectores a cometer actos informales en todos los aspectos de la vida: necesita satisfacer aspiraciones que no corresponden a la capacidad y oportunidades que la misma sociedad le ha dado: experimenta la necesidad del celular, pero no puede comprarlo ni siquiera a crédito, como lo haría el de nivel más alto; entonces lo compra “quemao”.
LA SUBCULTURA DE LA CALLE
El pequeño burgués tiene como meta ganar, subir a los niveles más altos, quiere ser o estar cerca de la clase dominante; sus aspiraciones son claras: ofrece conocimientos, da un servicio, compra a un precio para vender a otro mayor, se involucra en el proceso productivo como dueño de medios de producción. Pero la sociedad le resulta cruel: los niveles bajos ven poco beneficio en sus negocitos; carecen de educación vocacional (nos referimos a lo técnico profesional) y en política tienen escasa o ninguna criticidad de lo que hacen; no les importa el otro, pues venden lo que no es (falsifica con mucha facilidad), vende y compra lo “quemado” (lo robado y/o lo que tiene lo vende para cubrir una prioridad), no paga impuestos, y en los niveles más bajos el pequeño burgués tiene dificultad para organizar las respuestas colectivas, adquiere una habilidad inverosímil para la política, la economía y lo social; en el menor descuido de la movilidad social se cuela cual espermatozoide raudo y veloz... para engendrar los valores más violentos de acumulación.
En la vida social y política es capaz de cualquier cosa. Se presta a la corrupción, a la traición, a la delación, sostén de las acciones extralegales del Estado, encargándose de hacer las cosas que al Estado le están prohibidas por cuestiones de formalidad. Pero también, sus acciones son contra el Estado, violando sus leyes y reglas de juego.
Para muchos teóricos la pequeña burguesía constituye un Estado, un Tercer Estado. Lo que no se discute es que constituye un estado de cosas. Una subcultura dentro de la sociedad mayor muy importante para la política en sentido general y en particular como “ciencia digna” de la administración pública de una nación. Pero cuando la pequeña burguesía asume la vida sin una formación política, es destructiva.
Esa falta de educación política es lo que lleva al Partido Revolucionario Dominicano y al Partido Reformista Social Cristiano, al igual que a decenas de organizaciones de la vida social, económica y política en nuestro país, a seguir un modelo de autodestrucción.
La ausencia de una educación vocacional (esa educación con la que soñaron maestros como Duarte, Hostos, Martí, Bosch...) y política lo hace agente de poco desarrollo y dinamismo en la sociedad. La generalidad de las veces termina desconociendo la regla de juego de la acumulación de la sociedad, para caer en los más vulgares de los delitos.
Para realidades como la República Dominicana, ese pequeño burgués lo hemos tenido “montado en el caballo de la política” en todos sus niveles e incluso en la primera magistratura de la nación, como han sido los casos de los cuatros ejes en que ha descansado la construcción del Estado dominicano: Lilís Mon Cáceres, Trujillo y Balaguer.
La gran virtud conceptual de Bosch fue profundizar sobre ese sector y no limitarse (cuando se trata de la realidad dominicana) a la mera definición estereotipada del pequeño burgués de los países que tomaron la vía clásica del desarrollo capitalista, ni tampoco a la descripción que hacen Silvio Rodríguez y Alberto Cortés en sus canciones.
Ese pequeño burgués, con su comportamiento voraz, se acerca al lumpen, fiel a su causa de corromper y abusar del poder que dispone, no importa que ese poder descanse en las relaciones primarias con otros de más alto nivel.
Su preocupación es manejarse con el poder y por tales razones hace uso inteligente de la simbología de éste, que otrora lo maltratara.
¿Qué más que una jeepeta, una mansión, un séquito de guardaespaldas para conjurar un pasado de ansiedad e indefinición?
El comportamiento de esos sectores explica culturalmente, en parte, el estado de situación que vivimos cotidianamente.
El realismo social, materia prima de la imaginación antropológica (y poder literario) de Juan Bosch, es lo que nos permite entender con más claridad el porqué violamos nuestras reglas más elementales de convivencia, tales como las normas de tránsito, destruimos la madre naturaleza, nos robamos lo que no necesitamos, le quitamos la vida a otro por cualquier chuchería, sin ningún valor material o espiritual para quien lo hace; derrochamos toda la energía posible en cosas banales, y practicamos tiro al blanco con los letreros de servicios públicos, porque ese “Otro Sendero” (como llama el peruano Hernando de Soto a esa subcultura), también lo tenemos aquí como fuerza de acción de las calles, en muchos casos, desafiante del Estado dominicano.
Vemos en nuestras calles cómo gana espacio ese pequeño burgués, alto, medio o bajo, pobre y muy pobre, ocupando la posición del burgués que nunca existió y que como realidad social no ha sido educado para ser ciudadano de la misma sociedad que lo produce.
Juan Bosch, el maestro de la política criolla, insistió en que la educación política de la pequeña burguesía en todos sus niveles, la hace un ente de desarrollo social, pero que sin educación política y vocacional ésta destruye todo ente colectivo, racional y comunitario que subyace en la especie humana, convirtiéndose en sí en una clase voraz.
Fotos: Pedro Taveras