Desde que tenía 11 años escuchaba a mi padre leer en voz alta a “Los Parias” de José María Vargas Vila, era uno de sus libros preferidos. Después me tocó leerlo varias veces, y me marcó a tal extremo que no olvido muchos de sus párrafos aprendidos textualmente de memoria.
Cuando vino el Coronel de Abril yo tenía 14 años. El país vivía una noche oscura, miles eran los muertos de los últimos años, gente desaparecida, las cárceles llenas de presos.
Mi niñez me hacía ver las cosas por el ojo de la cerradura: visitaba La Victoria donde tenia dos familiares presos: uno era un hermano acusado de “terrorismo, asociación de malhechores y práctica ilegal del comunismo” (sic!) el otro era un cuñado que nunca conocí porque “desapareció” en la misma mazmorra La Victoria. “Se fugó y cruzó hacia Haití”, dijo el jefe de la policía de aquel entonces.
Eran los 12 años de Balaguer: un infierno de terror político en el Caribe.
Leyendo “Los Parias” conocí a don Nepomuceno Vidal, el viejo fauno; el status quo de una Colombia rural desgarrada por bandos guerrilleros; la lucha entre liberales y conservadores de nunca acabar, me refiero a más de cien años atrás. Recuerdo a Tránsito, la muchacha campesina que debió casarse con su primo, de juventud inocente; sus padres los desheredados de la fortuna; y a Claudio Franco, el miembro de una familia campesina que pudo ir a una universidad, quien con un grupo de jóvenes reflexionaba sobre los procesos sociales, el orden injusto, optando por la soledad como encuentro prematuro con la muerte… El joven guerrillero revolucionario de las América de todos los tiempos. A decir de muchos, él era el mismo autor del libro que se involucraba, porque ya en los años de juventud quedó simbólicamente degollado en las luchas estériles (1884-85) por cambios estructurales proclamados por los liberales de todas las latitudes de América.
Tan lejos en distancia y más de treinta y siete años después de haber leído Los Parias sentí el grito de la soledad como infinito. En lo alto, en el frío, el viento golpea las piedras y los pocos árboles que sobreviven al fuego silban a la tumba de un guerrillero: Francisco Alberto ¡caramba!
Por unos cuantos segundos por mi mente pasaron múltiples imágenes “Los pinos macilentos mecen espectrales sus cabelleras sepulcrales tocadas por el ala de los vientos. Un grito en el infinito semejaba el bramido de los pájaros heridos por las brumas de los mares…”.
En el corazón de Valle Nuevo enterraron al guerrillero !Ahí no más!, en la carretera turística Constanza-Ocoa está un letrero pequeño (como la grandeza cabe en un grano de maíz) indicando dónde estuvo la tumba del Héroe de Playa Caracoles, otro calvario en el trópico.
Me pregunté si era justo que la grandeza del Coronel de Abril de nuestra guerra patria estuviere marcada por una diminuta cruz de metal. No más podía ser… Un comité de amigos de Cuba de San José de Ocoa hacía la obra para indicarnos dónde estuvo enterrado el símbolo de la resistencia de los dominicanos contra el invasor de 1965.
Nada debe hacerse que transgrediera la solemnidad de un parque nacional…fue fauna y flora. Resistente como una inmensa roca. Una montaña fue Francisco Alberto Caamaño.
La ausencia y el olvido se cuajan, el sol de la tarde, el frío de un jueves Santo, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, dan la coloración que marca los miles de años de un ambiente que parece morir.
Cuando estábamos frente al calvario aparecieron dos caos guardianes de la solemnidad de aquellos pinares, saltando, nerviosos, con gritos desesperantes como queriendo decirnos algo: buscaban las virutas de pan que las mujeres había dejado en el suelo. Otros se acercaron a nosotros con una confianza extrema, mientras los dos primeros posaban en la rama de un pino cercano a la cruz.
El acto me estremeció porque creí ver a los cuervos devorar los destrozos de Claudio Franco, torturado y asesinado por bandas de mercenarios al servicio de latifundistas y oligarcas del bando conservador que se proclamaban defensores de lo establecido, luchadores contra “ ese núcleo de almas inquietas, de intelectuales extraviados en plena barbarie, de espíritu sutiles y delicados, alzándose en ese desamparo moral … su dolorosa condición de vencidos, en el triunfal imperio de la mediocridad, vencedera…” A esos el escritor colombiano llamó: los parias.
Ver a los dos caos llegar, negros, sempiternos, a la tumba del guerrillero en Valle Nuevo, me recordó la muerte de un paria.
¿Por qué tantas semejanzas? ¡Salvo la distancia y el tiempo¡
Valle Nuevo reserva natural, nido de agua, glaciaciones, animales, juegos e ideas para un norte humano donde parece que los insulsos no pueden vivir.
Ahí sacamos momentos para pensar en no más tierras agrestes, un país en desbandada, un coronel entre las ilusiones y un Valle Nuevo calcinado por la desgracia, misterios e incógnitas de una revolución sin andamios, sin ganas de andar…donde la discordia nos había derrotado a todos.
¡Francisco Alberto, Caramba!
Hubo un momento que no escuché a los pájaros cantar a esa soledad. Todos se habían ido con el coronel: el árbol, el ave y las aguas… Todos van a los ríos Al Medio, Ocoa, Nizao y Las Cuevas…. Con las aguas se va la tierra también y con ésta la vida…
Reescritura 2008