martes, 5 de octubre de 2010

Caminando por Barahona con Martí y Bosch

Por Pedro Taveras (pjtaveras@hotmail.com)

Cuando pasé por Barahona, después  de haber leído "El turco se llamaba" (*) de Juan Bosch,  me llené de imágenes en las cuales se presenta José Martí, el apóstol de la independencia cubana, quien visitó ese pueblo en los primeros años de la década de mil ochocientos noventa en su militancia independentista.

En "El turco se llamaba" Bosch nos describe a Barahona en la época en que la visitó  Martí, nos habla de un pueblo de unas cuantas docenas de bohíos, donde la única casa era  la de don Carlos Alberto Mota "… cuyo prestigio no se discutía entre el Yaque del Sur  hasta la frontera con Haití" y a quién Martí visitó por recomendación de un hermano.

Llegué a la Provincia Barahona, procedente de Santo Domingo, y atravesé el pueblo por una de esas calles que mueren en el malecón, para encontrarme al fondo el inmenso mar.  Inmediatamente, en mi mente, figuré a lo lejos  La Onelia, una goleta que transporta gente y correos desde Santo Domingo, la misma que transportó a Martí luego de su paso por  New York hace más de cien años.

Me olvidé de toda modernidad, de cualquier barco de transporte de sal y yeso, o de azúcar amarrado en el muelle; me olvidé de la Barahona actual, llena de vehículos, casas, hoteles, y todo tipo de movimientos, incluyendo a los políticos y sus altoparlantes calle arriba y calle abajo. Todo lo cambié por aquellos navíos de vela.  "Vela", ¨vela¨, voces de niños anunciando la llegada por las turbulentas aguas del Mar Caribe de las embarcaciones, única vía de comunicación de Barahona con el resto del país y el mundo, esas voces a todo pulmón de los niños de aquel entonces era repetida por las cotorras: "vela", "vela"  por todo el pueblo, tal como lo describe Juan Bosch, al narrar la llegada del “turco”  a Barahona.

Pude visualizar la imagen del apóstol de la independencia cubana dada por Bosch: "...en cubierta al hombre, un sujeto pequeño, mas bien delgado, vestido con paño negro y tocado con gorra. El extraño era ligeramente cetrino, de bigote abundante y ojos y pelos obscuros; estaba cruzado de brazos esperando quizás que dieran fin a las maniobras de atracar y las pupilas le relampagueaban con una pesada carga de gravedad", Me lo imagino bajando de la goleta que lo transportó desde Santo Domingo  a Barahona, procedente de New York.


Me confundo entre la gente que pretenden, más por curiosidad, ayudar al extraño visitante.   Lo veo bajar con sus baúles llenos de secretos, de ideas, pensamientos y esperanzas libertarias.

Me entretengo con Bosch mirando casuchas de pajones y tierra, y pude divisar la casa comercial, la única de madera, ladrillos y zinc a la vista, la del señor Carlos Alberto Mota, a donde llegó Martí, el pensador que la gente común confundió con un comerciante sirio, al que la gente llamaba "turco", y sus maletas llenas de papeles de la revolución con las mercancías para la venta a los campesinos de la zona.  Feliz confusión que cubrió al revolucionario ante la delación de los agentes consulares.


Después de leer la narración de Juan Bosch, sobre lo que le contaron de la breve estadía de Martí en Barahona, no se me  borran aquellas imágenes labradas por el maestro del realismo social en la literatura dominicana.

Cruzo por aquellas calles de Martí y Bosch, retomo la vía por la costa, entonces recupero el sentido de la historia, perdón, quise decir de la geografía, dándome cuenta que estoy  llegando a Paraíso, rumbo a Pedernales.

 
(*) Juan Bosch, El Turco se Llamaba…en Temas Histórico, Tomo I, 1era. Edición. Ed. Alfa y Omega, Santo Domingo, 1991.


Imágenes tomadas de Iconografía Martiana, Editorial Letras Cubanas, Habana, 1985. 1. Retrato al óleo de Herman Norrman 2. Martí y el Gral Máximo Gómez en Nueva York 3. Dibujos de Martí hechos por Bernardo Figueredo Antúnez 4. Retrato de Martí con Valdéz Domínguez y Francisco (Pachito) Gómez Toro, hijo de Máxiamo Gómez, tomado en Cayo Hueso, La Florida.

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