sábado, 17 de noviembre de 2012

Vigencia de Juan Bosch en la Transformación de Latinoamérica



Por Pedro Taveras (pjtaveras@hotmail.com)*

Sandino junto a su estado mayor, nótese parado a la derecha al dominicano Gregorio Urbano Gilbert.

Lo que debieron hacer los partidos que decían representar a las “burguesías nacionales” latinoamericanas para desarrollar a las sociedades de las cuales se han servido, lo están haciendo los movimientos y personalidades de orientación izquierdistas. 

Los partidos de los poderosos presentaron a la llamada socialdemocracia como esperanza de los pueblos y se desgastaron en construir el socialismo democrático que anhelaban los pobres de América; concepción política de gobierno imposible de llevarse a cabo por la formación social dominicana (y latinoamericana), la cual era el espejo de la miseria que recreaba el desarrollo anómalo del capitalismo en estas tierras. 

La gente se fue gastando en la impotencia de la democracia representativa y por otro lado en los intentos de sectores de la clase media de hacer la revolución proletaria, quedándose estos últimos como guetos proletaristas, muchas veces infiltrados por los cuerpos represivos del Estado.

Los partidos que se autoproclamaron socialdemócratas, de ideas progresistas, tratando de imitar a los liberales europeos, de la boca para afuera, ilusionaron a la gente que decían representar con la idea de tener dos partidos mayoritarios que se llamen diferentes pero dándole iguales resultados al frente oligárquico, es decir, a los grandes importadores, exportadores, banqueros, clase media en todos sus niveles y al tutor mayor: el imperio de turno, al cual que Bosch llamó Pentagonismo.

Sin quitarles el mérito histórico de haber luchado contra tiranías en América, desaparecidas éstas, estos partidos no dirigieron sus acciones a crear el bienestar de la sociedad; se limitaron a sustituir  tiranías  por dictaduras de clase; y la “libertad”, como empresa económica y de hegemonía, era el “nombre nuevo para una vieja miseria”, como expresara Bosch refriéndose al socialismo democrático o socialdemocracia en América, la cual se vendió en Europa, donde el capitalismo tuvo su desarrollo clásico, y se dieron procesos de acumulación de riquezas, produciéndose excedentes que al final dieron al traste con la dominación de  un modo de producción que ya no podía reproducirse, como fue el régimen de producción feudal, pudiendo el capitalismo, en los últimos siglos, dominar territorialmente el mundo; sometiendo toda forma de producción existente a su mercado; forzando a los pueblos a la planetarización de la cultura, a la resistencia de culturas locales a formas de ver la vida distinta, en unos casos, cuando no, asimilarlas. Es a los que algunos especialistas han llamado sistema etnográfico capitalista.

Sobre la base de ese capitalismo “desarrollado” la socialdemocracia pudo caminar sin mucho tropiezo hasta la primera década de este siglo XXI; sin embargo ahora comienza a tener grandes dificultadas en su transitar.

Un poco de historia

En el seno de la sociedad feudal comienzan a darse las relaciones de producción capitalista; es decir, la del trabajador libre, solo poseedor de sus fuerzas físicas para trabajar, separado de los medios de producción (fábricas y tierras fundamentalmente). Fue  de esas relaciones de donde surgió la sociedad europea. Bosch dice:

“El capitalismo fue creado por la burguesía y ésta se formó en el seno mismo del sistema feudal y luego pasó a extender el capitalismo por todo Europa y por América, y más tarde lo extendería al resto del mundo; y desde que apareció el capitalismo fue impuesto por la burguesía mediante la violencia”, y para explicar el proceso de la acumulación originaria de capital y sus consecuencias, con la claridad que le caracteriza, añade: “ …Millones de indios  de América murieron a causa de esa violencia; en algunas partes, como en nuestra isla, en Cuba, en Puerto Rico, en Jamaica, no quedó un solo indio. Millones de africanos fueron muertos en África en las luchas para convertirlos en esclavos a fin de traerlos a nuestros países para venderlo; varios millones murieron en los buques cuando los traían de África para acá, muchos de ellos debido al maltrato y al hambre que pasaban. Todos esos grandes crímenes se cometían con el único fin de ganar dinero, pues el que lograba reunir dinero, aunque fuera asesinando, robando, podía comprar bienes de producción, o lo que es lo mismo, tierra, negocios, fábricas y esclavos, y si se establecía en Europa, donde no había esclavos, podía  contratar obreros…” (“Sobre la Formación de la Burguesía”, en Colección Estudios Sociales, 2da. Edición, editora Corripio, Santo Domingo, 1992. págs. 201 y 202

 Bosch se refiere al proceso acudiendo a Marx, sobre todo el capítulo XXIV de El Capital, cuando dice sobre la  acumulación originaria: “La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de la sociedad feudal. Al disolverse éste salieron a la superficie los elementos necesarios para la formación de aquella”. Y para el caso latinoamericano, Bosch se pregunta: ¿Y en los países de América Latina donde no se conoció el feudalismo, de dónde salió el capitalismo?.”  (“Capitalismo Tardío y Clases sociales en América Latina”. Revista Política: teoría y acción. Año 1 # 9. Septiembre de 1980, pág. 1) 

 Bosch, en respuesta a su pregunta, refiere que nuestro capitalismo no ha sido producto del desarrollo endógeno de la sociedad, sino una imposición de Europa y Estados Unidos; al respecto nos dice: “El capitalismo dominicano no fue de naturaleza feudal”  (ibídem. pág. 4)   

 Se formaron oligarquías esclavistas sobre tipos de sociedades  del régimen de la producción primitiva (en el Caribe) o cuando no, sobre relaciones de producción muy particulares como las de los incas, azteca, mayas en centro y Sudamérica, a lo que Marx llamó modo de producción o formas de producción asiática, cuando trata el tema en su polémico trabajo “Formaciones Económicas Precapitalistas”.

La formación social dominicana ha tenido la particularidad, diferente a Cuba y Haití, para solo citar dos naciones, de que a partir de la destrucción del régimen de producción primitiva en que vivían los aborígenes produjo una oligarquía esclavista patriarcal, producto de la quiebra de la industria azucarera que estaba bajo relaciones de producción esclavistas. “Los hateros —escribió Bosch—, no eran una clase sino el sector sobreviviente de una oligarquía esclavista que se había formado en nuestro país cuando esa oligarquía esclavista pasó, con la desaparición de la industria azucarera, a convertirse en oligarquía esclavista patriarcal…” (La Pequeña Burguesía en la Historia de la República Dominicana, 1era. Edición, Editora Alfa y Omega, santo Domingo, 1985. Página 11).

Se habla de patriarcal porque esas relaciones de producción estaban orientadas a una producción para consumo local, no para la acumulación de grandes capitales. Por eso los esclavos bajo este régimen de producción vivían mucho tiempo, vivían contiguo a los amos, en muchas ocasiones como criados, con unas implicaciones socioeconómicas que han enriquecido nuestra configuración cultural y en particular han definido los etnos o unidades distintivas de lo dominicano con relación a nuestros vecinos cubanos y puertorriqueños, sobre todo.

La oligarquía esclavista patriarcal es un concepto nuevo y rico en nuestra etnohistoria y quizás donde radica la confusión con lo de la sociedad feudal que nos imaginamos en esta tierra.

Sin entrar en la discusión sobre su carácter de patriarcal o capitalista, es de esta oligarquía de donde surge una burguesía débil políticamente, debilidad que se refleja en los gobiernos de clase y en la propia clase obrera que no pudo desarrollarse como aconteció en otros lugares, originando los frentes oligárquicos en cada una de nuestras naciones.


    Palacio de Engombe (Foto Pedro Taveras)

Esos frentes oligárquicos han estado representados por reducidos grupos de familias que a veces no superan la veintena en cada país, en torno a las cuales se articulan las ideas, gustos, valores y toda manifestación de asociación de productores, sindicatos, iglesias, partidos políticos, incluyendo a muchos de los llamados progresistas y de la izquierda que han sido usados por dichos frentes en momentos históricos específicos en cada una de nuestras naciones. Así, el frente oligárquico ha controlado los débiles estados nacionales surgidos de las luchas independentistas.

América Latina ha vivido históricamente bajo la dominación oligárquica, carente de una clase gobernante capaz de establecer las reglas de juegos para su desarrollo como sociedad capitalista, como lo fue Europa y en este continente lo fueron los Estado Unidos y Canadá, estos dos últimos conformados por inmigrantes ingleses y del resto de Europa que llegaron con ideología capitalista muy definida para fundar estas sociedades, al margen de las formas de producción de la comunidad primitiva existente. 

 Juan Bosch en una de las ferias realizadas en la ciudad ganadera en 1996. (Foto Pedro Taveras)

En Europa esa socialdemocracia o socialismo democrático como organización de la sociedad capitalista se basaba en: ”…que la sociedad escogida para ser organizada de acuerdo con ese régimen político disponga de un excedente económico sólido, importante y regular, es decir, mantenido durante muchos años…” (“En la República Dominicana La Social Democracia es una Estafa Política”, Política; Teoría y Acción, año 6, No.63, Santo Domingo, 1985, págs.5 y 6)).

En nuestros países el proceso de acumulación originaria ha sido indetenible y aunque con excedente no ha tenido una redistribución en el resto de la sociedad. Lo que hacen con los excedentes los grupos económicos, los grupos de poder, los que el propio Bosch ha situado en el llamado frente oligárquico es exportarlos y hacer de amplios sectores sociales (pequeñas burguesías) una vida consumista a nivel de los países capitalistas altamente desarrollados,  perteneciendo, sin embargo, a países  empobrecidos, tanto que ni siquiera les sirve una gota de agua en su estado natural, donde la desertificación se abre paso: haciendo de estas patrias sociedades insostenibles; con insalubridad, analfabetismo, muerte y poca capacitación  en sus fuerzas laborales.
                                                           
Los recursos naturales históricamente se han ido como materias primas a los países del norte, en una relación desigual que produce el excedente para esos países y pobreza para una gran parte de nuestras sociedades.

Ese excedente en países socialdemócratas o del capitalismo desarrollado —escribe Juan Bosch— “…se distribuye en tres partes: una para el Estado, que la percibe a través de los impuestos con los cuales sostiene buenas escuelas servidas con maestros altamente capacitados; buenos hospitales y servicio de salud; vías de comunicación de toda índole seguras y suficientes, incluyendo en ellas puertos suficientes y aeropuertos; en pocas palabras el gobierno atiende sus obligaciones con el pueblo de manera eficiente y con uso honesto de los fondos públicos. La segunda parte va a mano de los capitalistas, que la reciben en condiciones de beneficios producidos por sus negocios y la reciben con satisfacción porque  consideran que su parte del excedente nacional es buena para ellos; y por último, la tercera va a manos de los obreros, campesinos y servidores del Estado, y llega a esas manos en salarios, servicios públicos y seguridad social en tales cantidades que unos y otros se sienten satisfechos porque su parte les proporciona medios para vivir en un buen nivel, porque saben que no perderán sus puestos de trabajo aunque el patrón quiera sacarlos de ellos, que disfrutan de vacaciones bien pagadas al extremos de que un alto número de obreros y empleados vacacionistas las pasan en otros países; saben que sus hijos van a buenas escuelas y en caso de enfermedad tendrán atención médica en hospitales públicos bien servidos.” (En la República Dominicana la Socialdemocracia es una Estafa Política… Pág. 7)
Foto Pedro Taveras

Durante cinco siglos nuestro continente estuvo al amparo de algunas naciones, sobre todo España y Portugal, como colonialistas y en los últimos ciento y pico de años, Estados Unidos como neocolonialista, imponiendo todo tipo de políticas favorables a sus intereses en la región; se han manifestado en el continente con intervenciones, subversiones, golpes de estado  y guerras de baja intensidad (Ver a Juan Bosch en De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial)

Lo que hacían las clases dominantes en sus funciones de gobierno era limitar cada día más sus horizontes históricos de reproducción. Vamos a decir que se agudizaban las contradicciones, como se decía antes, entre grandes masas empobrecidas y una minoría con irritantes privilegios, dando paso a situaciones de grandes conflictos que en nada favorecían el desarrollo de los pueblos. Ejemplos hay de sobra: Tuvimos sangrientas y prolongadas dictaduras, donde  la desaparición de ciudadanos, el destierro y la tortura eran cosas cotidianas; pseudodemocracias corruptas, embrutecedoras de sus pueblos y no menos sangrientas que las dictaduras, teniendo ambas respuestas violentas como sucedió con los senderistas (Perú), tupamaros y montoneros (Cono Sur), sandinistas, el Frente Farabundo Martí, la Organización del Pueblo en Armas (Centroamérica) y por último los grupos armados diversos de Colombia, donde se distinguen más los FARC-EP y el ELN, para solo mencionar ocho respuestas violentas al oprobio en estas tierras.

 Contrario a la socialdemocracia, la izquierda jugó a la agudización de las contradicciones para producir los cambios estructurales que requieren nuestras sociedades, ofreciendo a las masas programas proletaristas, extraños a su realidad económica, social, cultural y política sin obtener los frutos deseados. Ambas respuestas, socialdemocracia y programa proletarista, carecían de las condiciones materiales e institucionales que las pudieran sustentar como gobernanza.

Ninguna de esas agudizaciones de contradicciones nos produjo la dialéctica de las revoluciones en el continente, salvo Cuba, que por razones históricas y dirección carismática de su máximo líder ha sobrevivido enarbolando logros en el aspecto del capital humano, como pocos países lo han hecho, aunque estrangulada en su desenvolvimiento económico durante más de medio siglo.

 Juan Bosch habló muy claro cuando nos dijo mil veces que nuestra burguesía nacional, siéndolo en cuanto al lugar que ocupan dentro de la relación con los medios de producción (porque tienen la tierra, las fabricas y parte de los servicios), no eran tales desde el punto de vista de su comportamiento y su cultura política sino, más bien, oligarquías y pequeñas burguesías al servicio de los primeros e intereses foráneos.

Las incipientes “burguesías nacionales” (en realidad poco nacionales) en alianzas con la embajada gringa fueron  incapaces de llevar a cabo proyectos de desarrollo a lo largo de los años que produjeran un sistema sostenible, originando una fuerte reacción en el seno de los grupos excluidos que se han lanzado a conquistar las urnas con un nuevo liderazgo de múltiples y complejas características.

 ¿Es posible que los pueblos en donde se han dado cambios hacia gobiernos progresistas y democráticos aprovechen el nuevo liderazgo para llevar a cabo las transformaciones que requiere  Latinoamérica?

Los dirigentes del continente deben plantearse una evaluación del proceso, respetando las particularidades de cada país, para potenciar la dialéctica de los cambios. Cabe preguntarnos: ¿Dejarían los poderosos del mundo, en particular los Estados Unidos, que esta nueva corriente establezca sus propias reglas de juego, modele su propia cultura  y que, logrado el excedente suficiente, lo pueda repartir en las tres partes o los involucrados en el desarrollo, como lo hacen los socialdemócratas, sin estar bajo la tutoría de las fuerzas externas?

Aunque la intención del liderazgo del proceso general que vive el continente es de ir profundizándose en cada país, las experiencias que tuvo América décadas atrás con los gobiernos que plantearon reformas sociales fue trágica. La historia se repite en algunos países; Honduras y Paraguay son ejemplos de que los intereses foráneos tienen en la mirilla a estas tierras que se les escapa de las manos, concentrando fuerzas para impedir la gran alianza continental de naciones.

La clase media, sectores de poder que se incorporan al proceso y los pueblos en general van dando pasos que propician la gran revolución americana, que no será la estafa de la socialdemocracia ni la inalcanzable proletarización de la sociedad. No sé si se denominará socialismo del siglo XXI, liberación nacional o como se le quiera llamar, creo que por esta vía podríamos avanzar hacia una Latinoamérica nueva, sobre todo, hacia una relación-configuración geopolítica entre nuestros pueblos y el imperio.

Aunque no es tiempo para decir que América ha hecho la revolución creando una nueva cultura de la izquierda latinoamericana en la gestión pública, en lo general, estos tipos de gobiernos han dado buenos resultados ya que estas tierras al sur de los Estados Unidos han logrado lo que históricamente no había sido posible.

¿Qué se ha logrado?

a) Ampliar y fortalecer las relaciones multilaterales  con diferentes naciones de Asia, África y Europa, como son los casos de Rusia, Irán, Vietnam, China, entre otras.

b) Reducción, hasta casi erradicar la megacorrupción como políticas de Estado no declarada, saqueos de los fondos públicos para formar grupos empresariales mafiosos con redes de intereses en múltiples países.

c) Crecimiento económico sostenido.

d) Mayor inversión en el gasto social con el establecimiento de programas de salud, educación, infraestructura de servicios y microcréditos, etc.

e) Recuperación de los recursos nacionales renovables y no renovables y sus usos nacionales y/o regionales en beneficio de otras naciones necesitadas, así como llevar la voz de sus pueblos a los diferentes foros internacionales en defensa de sus recursos. 

f) Mayor empoderamiento de la población históricamente excluida, la que participa cada día más en el quehacer de su vida, vinculándose a los temas nacionales en cuanto a creaciones de constituyentes, constituciones democráticas y progresistas, manifestándose a favor de sus recursos naturales y culturales, así como la unidad de los gobiernos a través de organismos como Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), Unión de Naciones del Sur (UNASUR) y MERCOSUR.

Son logros  que no pudo tener la débil burguesía ni la oligarquía en estos países y lo está alcanzando la izquierda no proletarista, articulando a burguesías nacionales, pequeñas burguesías y sectores populares, con criterios de transformar a Latinoamérica en sociedades unidas, más prósperas y justas.

La experiencia revolucionaria de América Latina ha venido dándose a partir de un proceso de liberación nacional, donde todos participan como sociedad, de manera democrática, dándose el cambio de la estrategia de “agudizar las contradicciones”, como planteaba la izquierda claseobrerizadora, por el de la “negociación de las contradicciones”, como una vez lo dijo Omar Torrijos al llamar la atención por los yerros de la izquierda tradicional de este continente.

La clase media consciente del papel histórico, no el proletariado.

Sectores de la clase media hoy, en América, encabezan una corriente política de grandes esperanzas de cambios estructurales, aunque lentos, pero con profundas raíces culturales para la nueva vida.

Bosch al hacer sus análisis de la pequeña burguesía de nuestro país infiere que se trata de sectores sociales de gran potencial revolucionario, de extremada movilidad de posicionamiento político, económico, que requieren de educación y práctica revolucionaria para la asunción de la dirección del proceso transformador.

 Nos decía al respecto: “… en las crisis políticas que se presentan en forma de lucha de clases… hay individuos que se pasan de su clase a la opuesta o de su capa a una más alta o más baja, hecho que se ve de manera nítida cuando esa lucha se lleva a cabo entre dos clases antagónicas como sucede en las del proletariado contra la burguesía”  Y pone como ejemplos que Marx, Engels, Mao Tse-tung, Ho Chi Minh y otros líderes mundiales del proletariado no fueron proletarios sino pequeños burgueses, y, por el contrario, grandes líderes de la clase obrera norteamericana terminaron apoyando los bombardeos a Vietnam como lo hicieron los burgueses. (La Pequeña Burguesía en la Historia de la República Dominicana, 1era. Edición, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, 1985. Páginas 84 y  85).

  Por eso Bosch fue riguroso en los métodos de formación y trabajo de los militantes políticos de los diferentes sectores de la clase media que luchan por el cambio de la sociedad. En su pensamiento hay una concepción revolucionaria culturalista, ética y participativa porque establecía que el cambio por el cambio es tan malo como lo que se quiere cambiar. (Ver Colección de Estudios Sociales. 2da. Edición, editora Corripio, Santo Domingo, 1992)

El programa de Bosch y los nuevos gobiernos en  América

Don Juan Bosch fue uno de los políticos que con más claridad e insistencia habló de estas cuestiones para diferenciarse de la izquierda tradicional, al plantear su oposición a la dictadura del proletariado como gobierno de una clase, expresando la alternativa del gobierno con respaldo popular, donde se incluyera a sectores burgueses progresistas y los diferentes sectores de la clase media que forman la sociedad, donde cada quien pudiera jugar el papel que le corresponde en el proceso de liberación nacional. Dicho programa es una interesante tesis que enfrenta al frente oligárquico con propuestas de gran vigencia en el continente americano en la actualidad, cuando plantea a rasgos generales:

”1ero.- garantizar trabajo, salud y educación a todos aquellos que actualmente no disfruten de esos atributos;

2do.- garantizar absolutamente todas las libertades fundamentales del ser humano; la supresión del hambre y sus funestas consecuencias sociales; de la explotación de unos hombres por otros que tienen el dominio de los bienes de producción; del terror gubernamental, policial o de otra índole;

3ero.- garantizar la verdadera igualdad de todos los ciudadanos, no sólo ante las leyes del Estado sino también ante aquellas que no están escritas (refiriéndose a manifestaciones culturales opresivas) y sin embargo mantienen divididos a los seres humanos por razones de raza (racismo), religión (intolerancia religiosa), estado social (viudez, soltería, separaciones, uniones libres e hijos fuera de matrimonio), cultura (etnocentrismo de grupos) y sexo,” (haciendo referencia a la discriminación de género). (El Próximo Paso: Dictadura con Respaldo Popular. S/E. Impresora Arte y Cine, Santo Domingo, 1970 pág. 51. Todos los paréntesis y las negritas son míos, pt)

Este planteamiento puede ser extrapolado a las sociedades del continente, sin temor a equivocarnos: porque América no llegó al capitalismo por la vía clásica, llegó por una imposición desde afuera; su origen anómalo produjo sociedades con características particulares, careciendo de esas burguesías nacionales que conocieron las naciones líderes del capitalismo mundial.

La liberación nacional de que tanto habló Bosch está comprometida con el desarrollo de la sociedad a partir de las fuerzas endógenas del continente, con fuerzas también de otras latitudes, “hasta de los americanos incluso” como dijo Sandino, refiriéndose a la gran nación del norte con la que  América Latina debe mantener relaciones bilaterales equitativas, como derecho de las naciones.

 *El autor es Antropólogo social



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