Por Pedro Taveras
De acuerdo a una escuela de la antropología cultural clásica las ideas y
los actos de la gente cobran sentido a partir del contexto ambiental en el cual
surgen, entiéndase como ambiente el espacio
y el devenir histórico de la colectividad donde se dan los
acontecimientos. En las sociedades primitivas o simples muchas cosas tienen "sentido" por el lugar (tiempo-espacio) donde están, así sucede con muchas manifestaciones de culturas al margen de la “verdad” que creemos, y lo vemos en los diferentes sectores de la
geografía de este planeta, en lo regional, en lo nacional y en lo local. Así se
encuadra el relativismo cultural que tiene entre sus más conspicuos exponentes
a Franz Boas (1858-1942).
En este país (República
Dominicana), el concepto relativismo
cultural debe aplicarse cuando los gestores de desarrollo trabajen con la gente, con
campesinos y zonas transfronterizas; zonas rurales como las comunidades
campesinas que son subvaloradas en todo el mundo, minorías étnicas, migrantes y
residentes en zonas urbanas con características particulares,
independientemente de los juicios de valores que podamos tener de los mismos.
Y así hablamos del campesino como
forma de producción de aquella familia de la zona rural que cultiva la tierra y
se dedica a la crianza de animales domésticos, sea en terreno propio, de
ocupación o alquilado, que no paga jornales, porque todos trabajan en su unidad
de producción en tareas agropecuarias e
insertado en mercados locales y regionales, cuyos valores y manifestaciones
culturales de parentescos consanguíneos (Familia), ritual o político (relación
de compadrazgos), religiosidad particular, sin la institucionalidad oficial de
una u otra religión, están bien estudiados por los antropólogos sociales.
Ese tipo de producción y de vida ha
sido desplazado por la gran industria agrícola de los monocultivos y las relaciones
de producción capitalistas, encontrarse con este tipo de producción es una
reliquia en países como República Dominicana; lejos de destruirlo debemos estimular o adaptarlo al
presente tecnológico, a los nuevos enfoques de sostenibilidad que se discuten para
bien de nuestra biodiversidad.[1]
Tenemos poca población cuya forma
de producción pueda llamar campesino, aunque si en muchas unidades familiares
del campo (y ciudades también), sobreviven dichas manifestaciones culturales de
producción que están siendo vista como una alternativa para la seguridad
alimentaria ante la avalancha de productos de baja calidad nutricional y que no ayudan en garantizar buena salud de la gente en
general.
También
sucederá con los trabajos de la frontera dominico haitiana (Con familias
campesinas) donde muchos creen que un muro físico de concreto costosísimo es la
solución a los problemas fronterizos, cuando en realidad el muro debe ser al
desorden inmigratorio.
El
trabajo con la frontera tiene que partir del análisis de lo que es una
subcultura transfronteriza y sus manifestaciones materiales y espirituales, no limitada
a un proceso migratorio que es otra cosa que descansa en estamentos
regulatorios de los Estados.
Como
subcultura transfronteriza, hago referencia a este mundo real o imaginario de
la gente de esa zona, la cual es haitiana o dominicana, pero con particularidades como son manifestación
lingüística de dicha población; son bilingües, porque hablan el castellano dominicano
y el creole haitiano.
Es
la población que comparte un espacio arquitectónico (casas, vías valles) y ve los
mismos canales de televisión; vive un mundo intercultural y de intercambio
comercial, como son usos de monedas de manera indistinta; uniones matrimoniales,
haitianos que cruzan de manera cotidiana con o sin documentos, pero se quedan
en ese ámbito de frontera; dominicanos también haciendo lo mismo: cruzan para
allá y para acá; jugando números para la “suerte” en una banca, en peleas de gallos,
celebrando fiestas santas-profanas (religiosas), los “cultivos” furtivos del “a media” y “tres por uno”; el pastoreo,
buscando la leña, enamorándose; y otros hasta con la parcialidad hacia uno u
otros de los partidos políticos conocido de ambas naciones. Todo ese mundo se revaloriza y se interpreta
de la “manera fronteriza”; es decir,
como subcultura transfronteriza que muchos desde fuera no entienden y otros que habitan allí tampoco comprenden esta dinámica por las ideas pre-establecidas.[2]
El beneficio del relativismo
cultural para la sociedad en general es proporcionar niveles de tolerancia
mayores en cuanto a los aspectos de las
culturas y subculturas en la acepción de la antropología social.
[1] Para los lectores interesados en el
tema del campesinado, desde la antropología social y cultural, recomendamos,
entre más de un centenar de autores que están en internet, como Karl Marx
(1818-1883. En tomo III del Capital), Carlos Kauski (1854-1938. La Cuestión
Agraria); a un grupo de antropólogos norteamericanos de diferentes
orígenes, como Robert Redfield
(1897-1958. La Pequeña Comunidad y la Cultura Campesina), Oscar Lewis
(1914-1970. Con Tepoztlán), Eric Wold (1923-1999. Los Campesinos), Sol Tax
(1907-1995. El Capitalismo del Centavo); Héctor Díaz Polanco, con otros
autores académicos, dan implicaciones prácticas y políticas del tema; también
están los estudiosos de la forma
campesina de producción, con una perspectiva ambiental, ecológica, con el tema
central de la ecología y la sociedad, quienes han producido centenares de
trabajos sobre el tema, centrados en las raíces profundas de las culturas
originarias (Y el Campesinado como vestigio y laboratorio), se encuentran John
Bellamy Foster con La Ecología de Marx) Víctor Manuel Toledo, M. A. Altieri,
González de Molina, Martínez Alier y Eduardo Sevilla Guzmán. La lista es larga
y no es cuestión para una nota mencionarlos a todos con sus principales
obras, algunos con abundantes trabajos y
otros con pocos, pero de apretada síntesis conceptual. Todos se encuentran en el
internet, en bibliotecas digitales o con tan solo poner sus nombres y algunas
palabras vinculantes.
[2]Sobre este tema recomendamos leer al antropólogo social
Rafael Puello Nina con su trabajo La Frontera Dominico-Haitiana, un espacio
para la humanización y el desarrollo Sostenible…Editorial Búho, Santo
Domingo 2015.
PNUMA, 2013. Haití-República
Dominicana, Desafíos Ambientales en la Frontera, en el que participan
más de una veintena de colaboradores y avalado por 320 fuentes. Bajado de la
red 2019.
De Haroldo Dilla Alfonso
encontramos numerosos trabajos que merecen prestarles atención, porque se
concentran en tratar el tema de la frontera con bastante elaboración y marcado
rigor sociológico, entre decenas de autores dominicanos y extranjeros que
tratan el tema de la frontera dominico-haitiana en voluminosos textos. Con tan
solo poner sus nombres y frontera con Haití en
internet, encontrará sus trabajos.