viernes, 27 de junio de 2008

Juan Bosch y las arboledas en casas solariegas

Por Pedro Taveras (*) (Foto a Color Dionisio Pérez)
La primera vez que vez que estuve cerca del Profesor Juan Bosch fue cuando entró a mi casa de Estancia Nueva de Moca; podría ser en el 1976, lo hizo con el propósito de visitar a mi papá, Silvestre Taveras, quien había sido a principio del 1960 un conspirador contra Trujillo, junto a varios hermanos y primos; luego un dirigente local del PRD en esa década y después un boschista hasta el último momento de su vida.
Esa visita era parte de un trabajo político que Bosch inició personalmente en las distintas localidades del país, acompañado de los dirigentes municipales y de otros miembros de la Dirección Nacional del Partido de la Liberación Dominicana, para dar a conocer los propósitos de ese partido nuevo. Barahona, Higüey, La Romana, San Juan de la Maguana, Sánchez Ramírez, la Vega, Santiago y todos los municipios cabezas de provincia eran recorridos por el maestro de la política, aprendiendo del pueblo y enseñándonos a nosotros la construcción de Métodos de la política entendida ésta como disciplina de dirección de las cosas.
Así como visitó a mi papá, lo hizo con diferentes personalidades en diversas comunidades rurales de Moca y de la zona urbana del propio municipio। Además, visitó a centenares de hogares humildes de los barrios populares, cristalizándose en Moca el concepto político metodológico del "esfuerzo concentrado" como forma de trabajo del PLD.
Desde entonces continuó visitando a nuestra familia, cuantas veces iba a Moca. (Me imagino que don Juan no tenía ninguna prueba de la fidelidad de papá por sus ideas y persona, pero la percibió al vuelo, ni yo, ni nadie que conociera de la familia llegó a conocer a profundidad la fidelidad de papá por la ideas de Juan Bosch, hasta que hace poco una tía política me entregó dos documentos como indicadores de esa fidelidad, ambos datan del 1962; uno es el acta donde papá es elegido como presidente del comité del PRD en Estancia Nueva, Moca y el otro es una carta del reverendo padre Benito Taveras, su hermano, orientador y más que todo considerado un santo de la familia. En esa carta le pedía y rogaba (en papel timbrado del obispado del Higüey) que dejara las ideas de Juan Bosch y que no metiera a otros en eso, en especial a su hermano Blanco, porque las ideas de Juan Bosch eran comunistas hasta los huesos. El padre Benito, padre espiritual de la familia, lo había acompañado en sus compromisos antitrujisllistas de la Acción Clero Cultural (ACC), una organización formada por gente vinculada a la iglesia católica en la zona norte del país, hasta llegar a ser detenido y fichado por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), como queda demostrado en los documentos del Complot Desvelado.
Papá supo diferenciar la idea reaccionaria de la iglesia católica, su iglesia, la corazonada de su hermano y padre espiritual de las ideas redentoras y luminosas de Juan Bosch, que en un momento histórico de la República Dominicana, representó – y representa aún- la libertad, la honestidad y el trabajo como capacidad creadora del ser humano, rechazando así toda línea bajada contra las ideas de don Juan, sin importar la procedencia.
Don Juan nunca supo de esas cosas porque papá no solía hablarlas cuando el autor de Cuentos de Navidad visitaba mi casa en Moca).
Era la Estancia Nueva de los años 70 del siglo pasado, lejana de la actividad comercial que hoy le caracteriza. Estaba poblada de muchos árboles y poca gente, las casas que eran escasas, tenían grandes patios llenos de gramas y grandes arboledas de laurel, samán y carolina; y numerosos conucos bien labrados, lo que hacía de la localidad un lugar agradable para el maestro y sus acompañantes, en especial para doña Carmen Quidiello.
Bosch nos decía siempre que doña Carmen había jurado por Moca, pues era el lugar donde solía pasar semanas, rodeada de gente sencilla y custodiada por las almas juveniles de los miembros del Rincón de Arte, agrupación vanguardia de las tertulias culturales de la localidad en la segunda mitad de la década de los ochentas y principio de los noventa.
La Estancia Nueva de esa época albergaba en sus grandes residencias a conocidas familias como los Cáceres, los Rojas, los Fiallo, y los García Godoy. En la medida que se adentraba del sur al norte y el noroeste, aparecían los Rodríguez, los Guzmán y los Taveras, entre otras, cuyas casas con sus grandes patios tenían, y aún tienen algunas, las improntas de sus propias historias con sus personajes que sobresalían las fronteras locales.
El laurel, la carolina, las anacahuitas los framboyanes, el samán sobresalían en esas casas solariegas, junto a diversas plantas arbustivas como crotos, azahar, corales, pascuas, cayenas, rosas, entre otras, asociado esto a las figuras de Ramón Cáceres, “Mon” y su primo Horacio Vásquez, Héctor García Godoy y Juan Rodríguez, sus hermanos y sobrinos y la lucha por las libertades.
La organización de los patios, nos decía el maestro de la política, era una influencia cubana que venía de los canarios. Era un detalle para sus inferencias sociológicas.
A esas lecciones del profesor yo no les ponía mucha atención, porque la gente común que rodeábamos a Bosch, siempre esperaba que hablara de la noticia del día y, que yo recuerde, nunca lo hizo.
Yo no recuerdo a Juan Bosch hablando con papá, ni con otras personas sobre los acontecimientos políticos de la actualidad como posición, siempre lo hizo como enfoque histórico y/o sociológico.
A pesar de que mi casa estaba oculta de la carretera, cuando Juan Bosch llegaba la información se regaba como pólvora en el vecindario, formado en gran parte por nuestros familiares.
Acudían a casa a saludar al maestro, quien improvisaba sus charlas sobre los mismos árboles que contemplaba en el patio, y no dejaba de preguntar y hacer asociaciones de toda índole.
Emiliano Guzmán, Narciso Rodríguez, la profesora señorita María Guzmán y todo aquel que llegaba a casa, vivió o vive con el recuerdo sempiterno de haber conocido a Juan Bosch, cuando entraba en mi casa.
Nuestra casa en Estancia Nueva tenía un patio amplio con dos árboles de carolina y un flamboyán, junto a matas de mango, cocos, café y pequeños conucos que deleitaban al sabio autor de La Mañosa. Pero lo que más recuerdo era la atención que ponía al flamboyán, sobre todo cuando estaba florecido; a veces en marzo o abril, otras veces llegaba a pasar muchos meses con flores, transgrediendo su época, siguiendo el patrón con que se comporta la naturaleza.
Desde que Juan Bosch descendía erguido del vehículo que lo transportaba, observaba el imponente árbol y hacia comentarios entre sus acompañantes sobre el mismo, cuyo contenido yo ignoraba.
Un día se me acercó y me preguntó por qué estaba con flores para esa fecha que pudo haber sido julio o agosto, a lo que yo no pude responder ya que, para entonces, era yo un ignorante del mundo natural que nos rodeaba.
"Los tiempos van cambiado…", decía y daba explicaciones a los que le rodeaban, comentarios que en esa época no asimilaba, porque distraíamos nuestra energía hacia los temas políticos, que no escuchaba en la voz del maestro, aunque nos manteníamos imantados con él cuando hablaba de otros innumerables temas.
En verdad a la gente no le interesaba lo que don Juan hablaba sobre la naturaleza, aunque era sorprendente lo que el maestro decía del mundo natural, porque en esa época la gente distraía sus energías en la lucha contra la continuidad de Balaguer en el poder.
Es obvio que esas manifestaciones de admiración y amor a la naturaleza del Profesor Juan Bosch dejaron en mi profundas huellas y sembraron en mi la inquietud por conocer nuestro país, no solo histórica y políticamente, sino también sobre sus montañas, sus valles, su gente y su interacción con el medioambiente.
* Antropólogo Social, precursor de la Fundación Profesor Juan Bosch

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