Por Pedro
Taveras
De izquierda a derecha: Pedro Taveras y Alberto Méndez |
Una vez viajaba en una guagua pública desde La Habana a la provincia
Matanza, Cuba; fue el 13 o el 14 de diciembre de 1979, y me tocó sentarme al
lado de una persona de cuarenta y tantos años, con apariencia de artista. A pocos minutos de estar sentado junto a un
pasajero desconocido para mí, me tomé el atrevimiento de iniciar una
conversación con él preguntándole a qué se dedicaba y me contestó: “soy
trabajador del arte”.
Pensé en silencio ¿trabajador del arte? e insistí: ¿qué haces
específicamente?; y me respondió: “coreógrafo de ballet”, siendo un analfabeta
en materia del arte, disimulé un poco, y
para romper el hielo le pregunté por el
caso que en ese momento era noticia por
todo el mundo, el hecho de que Ludmila
Vlasova, creo que la primera bailarina del Ballet Bolshoi de la antigua Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS), y Alexander Godunov, protagonizaron un conflicto
en plena Guerra Fría entre URSS y EEUU, en un aeropuerto de Nueva York; porque
Alexander desertó y ella se negó hacerlo, se mantuvo varios días dentro de un
avión de pasajeros exigiendo que la llevaran de regreso a su País.
Le pregunté por ese caso para poder continuar la conversación, porque no
sabía ni se nada sobre ballet, pero si sobre la acción del bailarín soviético
del que tanto habló la prensa mundial. Él fue cauto y me respondió con
generalidades, lo que no me importó mucho porque no sabía con quién hablaba, solo
que era un “trabajador del arte” y eso, dentro de la cosmovisión y la semántica
de la sociedad dominicana de aquella época y de la que nos toca vivir en la
actualidad es “cualquier cosa” dentro del engranaje social del trabajo.
Este artista me hablaba como si fuéramos amigos, no me preguntó nada y
no sé si se dio cuenta en ese momento que yo era de Dominicana. En un momento
me paré y me moví hacia las primeras líneas de asientos, donde estaban las
personas con quien viajaba, y alguien (el cubano que nos acompañaba) me
preguntó por él, como si yo lo conociera, le dije no sabía quién era y que
cuando me senté a su lado pensé que era un turista ruso. El cubano sonrió y me dijo
muy discretamente: “Ese es Alberto Méndez, ¡caballero! ¿Tú no sabes? “, Él se
alarmó, sorprendido de que yo no conociera al pasajero de mi asiento.
Me quedé pensativo tratando de simular mi ignorancia y volví al asiento
junto al recién conocido; para seguir hablando asuntos sobre Cuba, que eran de
mucho interés para mí, que entonces era un muchacho de campo de una provincia dominicana y que no
conocía la capital de su país. Él hablaba de manera pausada, a pesar de mi
batería de preguntas imprudentes en algunos casos.
Antes de llegar a nuestro destino final alguien del grupo, que viajaba
con una cámara, me dijo te voy a hacer una foto con él y me la hizo. Saber que
era una de las grandes figuras del Ballet Nacional, me motivó a localizar a la
fotógrafa, meses después, para pedirle esa foto, y afortunadamente conseguí una
copia.
Esa foto, a blanco y negro, junto a de Alberto Méndez, mi compañero de
asiento, un simple pasajero de un autobús público que viaja hacia una
provincia…pasajero o toda la fama del mundo montado en un autobús, aun así, se
hizo llamar un trabajador del arte, la he guardado por 40 años. Mi ignorancia sobre ballet me llevó a no
hablar de esto y aunque hace tanto tiempo, tal vez no sea tarde y hoy lo cuento,
a propósito de la muerte de Alicia Alonso, gloria del Ballet Nacional Cubano.