Al Grupo Acción Ecológica y con ellos a todos los ornitólogos (as) que están celebrando
el Festival de Aves Endémicas del Caribe, desde el 22 de abril al 22 de mayo 2020.
Foto Pedro Taveras |
Foto Alexandra Maldonado |
En
este deleite de la naturaleza, y
siguiendo el entendimiento de vivir con las antiguas poblaciones de aves
del lugar, Alexandra (mi esposa) comenzó
a echarle un puñito de arroz en el marco de la ventana del dormitorio, algo que
en principio no veía bien, ya que las
aves podrían acostumbrarse a comer ahí, y los ornitólogos (conocedores de aves)
nos habían dicho que ellas no harían el
esfuerzo de buscar su alimentación natural; pero ella no me escuchó y siguió con sus
“amiguitas”. Luego llegaron los
gorriones de la ciudad, quienes se sumaron al almuerzo, aunque a pesar de tener
un pico bien fuerte, tipo cotorra, son temerosos de las rolitas cuando éstas
abren sus alitas como un gesto de rechazo o de defensa. Nadie se atreve
enfrentar a las rolitas.
En
verdad en nuestro ventanal y desde él hemos observado petígueres, cuatro ojos, cigüitas,
ciguas palmeras, chinchilines, carpinteros, pájaro bobos y otras aves que
vienen de manera ocasional y luego no retornan.
En
varias ocasiones nuestras amigas, las rolitas, entraron en la habitación,
cuando se nos quedaban abiertas las ventanas. Para mi esposa ya hecha
“ornitóloga” agarrarlas era un disfrute, a pesar de nuestras quejas; ella que
no sabe del marcaje ni de monitoreo de aves,
para saber cuál era la atrevida, le pintaba con esmalte de uñas una pata
y luego las liberaba.
Un
día llegamos a la casa y entre la cortina y el cristal de la ventana sentimos
un ruido raro y cuando nos acercamos es una rolita, la agarramos y la liberamos
por el mismo ventanal, era la tercera visita a la casa. En otra oportunidad llegamos cansados a la casa, nos tiramos en la cama y al
fijar los ojos en el techo vemos que en
una de las aspas del abanico hay una rolita;
una noche encontramos una en la cocina, que la dejamos en la casa por temor a que chocara al salir en la
oscuridad y al día siguiente la vimos volar
hasta los árboles.
Nuestras
amigas llegan aproximadamente a las 6:00
de la mañana y, si no hay comida, tocan el cristal. Ante ésta situación
decidimos hacer un mal por bien: ponerle comida permanente o por varios días, nos
fuimos a una tienda y compramos un comedero de aves. Han pasado los años y siguen tocando nuestra
ventana hasta llegar a tocarnos el corazón.
Fue
una grata sorpresa cuando, hace dos años estando en Dajabón, Alexandra me manda una foto de dos pichones
de rolitas en el tronco de una mata de orquídea y me dice “yo riego la orquídea
y ella se queda tranquila”, “-no lo vuelvas hacer, no te acerques ni para
hacerles fotos”, le sugerí.
No
volvimos hacerles fotos y los pichones emplumaron y se fueron.
Al año siguiente, 2019, volvieron a anidarse, a reproducirse en la misma mata de orquídea en nuestra casa.
¿Volverá
a anidarse la rolita en nuestra casa en
el 2020? ¿Es cierto que mi esposa les
habla a esas bellas criaturas?
¿Es del mismo grupo de rolitas de los primeros años amigas de la familia? ¿O una de las
mismas que a pesar de agarrarlas, y casi salírseles el corazón de susto,
continúan visitando nuestra ventana?
Dicen
que las aves (y otras especies) van a los sitios por mandato de la misma especie
y la relación que guardan éstas con el tinglado perfecto de la naturaleza. Unas
tienen cientos y miles de años, otras millones de años haciendo las mismas cosas,
anidamientos, alimentación, enamoramientos, reproducción en diferentes
latitudes; cada una de las actividades en lugares distintos: como si fueran la
cocina, la sala, el dormitorio y el balcón de nuestras casas, y nadie las hace cambiar; muchas aves llegan a
desaparecer como poblaciones o, peor aún, como especies, antes de dejar de ir a
los lugares donde desarrollan su vida, en otras palabras: donde tienen su
ecología, es decir su casa.
Ellas
vienen a buscar su lugar de alimentación, su apareamiento y anidamiento, donde
han desarrollado toda su vida, mientras que nosotros, que nos mudamos
hace dos décadas en la zona quitando
árboles para construir edificios,
decimos que ellas están llegando a nuestra casas. En realidad están llegando a
la casa de todos. Ellas están en sus casas de cientos o miles de años y nosotros en
la nuestra de hace 18 años.
Alexandra
habla de ellas como si fueran de la misma familia. Somos del mismo reino de vida, y más cercanos
de lo que puede imaginarse el sentido
común… entonces debemos construir
residenciales, respetando el medio ambiente, cuidando la naturaleza, pensando
que en esos entornos está la casa de todos.